Vanguardia, sorpresa, eclecticismo, historia y libertad. Así podría definirse la atmósfera que se respira en Berlín, una metrópoli que no entiende de horarios y permanece despierta las 24 horas del día. Una ciudad hiperactiva con ojeras de esas que, como dice el poeta, «valen más que mil silencios» y que cuesta abandonar cuando descubres su tesoro; es decir, todo lo que no aparece en las guías turísticas. Una noche te sorprendes siguiendo unas lucecitas rojas que te acercan a un edificio casi en ruinas y sin premeditación alguna acabas a las dos de la mañana en la inauguración de una incomparable galería de arte. Esto sólo sucede aquí, donde ocurre todo a diario.
Si tuviéramos que enumerar datos históricos recientes de esta ciudad podríamos acudir directamente a la memoria de nuestras retinas y preguntarnos: ¿qué estaba haciendo yo el día que tiraron el muro? A partir de ese mítico 9 de noviembre de 1989 y de la posterior reunificación, Berlín se convirtió en capital de la vieja y la nueva Alemania, así como punto de referencia entre el este y el oeste. Fue entonces cuando se volvió a mirar hacia ella como consulta obligatoria de la vanguardia mundial, cosa que no ocurría desde los felices años 20.
Así, desde hace 17 años conviven entre sus límites edificios que han sido mudos testimonios de los horrores de la guerra, los últimos levantamientos arquitectónicos y los proyectos que están por llevarse a cabo; como la esperada remodelación de la mítica Alexander Platz.
La plaza de Postdamer es el corazón del nuevo Berlín, pues en ella se sitúa el Sony Center, diseñado por Helmut Jahn y considerado como la construcción más ambiciosa de la actual arquitectura alemana. Este espacio garantiza que mirar hacia arriba durante un buen rato no se traducirá en dolor de cervicales, sino en una imagen difícil de borrar de nuestros recuerdos. Fue aquí donde en los años 20 se colocaron los primeros semáforos del mundo, y ahora, con su nuevo diseño, se le ha hecho justicia al devolverle a este emblemático lugar la modernidad que nunca debió perder.
Seguimos caminando. No muy lejos nuestra expresión cambiará radicalmente al encontrarnos con el homenaje al holocausto judío, un campo de gigantescas tumbas de cemento huérfanas de nombre. Se mantiene en el centro neurálgico para que la historia no caiga en el cajón del olvido, porque esta ciudad respeta su pasado y mira desde la experiencia hacia su prometedor futuro.
Situarse frente al plano de las redes de transporte es ver cómo se entrelazan los colores de las líneas como si de un cuadro de Kandinsky se tratara. Pero si te sientes atlética y no quieres perderte ni un detalle del paisaje, la mejor manera de recorrer sus amplias avenidas es ir en bicicleta. Seguro que acabarás tarareando el famoso Another Brick in the Wall, de Pink Floid, al atravesar la Puerta de Brandemburgo.
Berlín es un museo en permanente construcción, con más de 170 galerías que acogen a sus visitantes con la sonrisa más franca.
La torre de televisión, vestida de pelota para la ocasión, es el edificio de la ciudad que más de cerca toca el cielo. Construida a finales de los 60 como símbolo del poder económico del Berlín Oriental, es ahora un mirador privilegiado desde el que, en días sin nubes, se divisa un paisaje de hasta 40 kilómetros en el que los límites de la ciudad no son fáciles de determinar. Pero lo que más impresiona es la cantidad de espacios verdes, destacando las 203 hectáreas del parque Tiergarten que te harán olvidar que te encuentras en una de las ciudades más grandes del mundo. Los puestos ambulantes de salchichas son una buena excusa para descansar y entablar conversación.
Más allá de tan sabroso y característico tentempié, Berlín también posee una interesante gastronomía de vanguardia diseminada en pintorescos restaurantes subrayados por la Guía Michelin.
La ciudad que sirvió de inspiración a Bertolt Brecht y a los hermanos Grimm y que vio dar sus primeros pasos en el escenario a Marlene Dietrich acoge hoy la vanguardia de nuestro siglo para marcar el ritmo de la modernidad en Europa. Las innumerables y asequibles galerías de arte del barrio de Mitte, las orillas del río Spree que deleitan nuestra vista con sus peculiares edificios o la extravagante calle de Oranien, con los típicos punkies amarrados a sus sempiternas chupas repletas de imperdibles, construyen una ciudad que cada día juega a reinventarse. Artistas internacionales se sienten atraídos por las tendencias que aquí se crean y se reúnen con galeristas jóvenes que han crecido en los barrios céntricos y han empezado su camino profesional vendiendo sus obras en los mercadillos.
Arte, cultura, estilo de vida, encuentros artísticos… hacen de esta urbe puro movimiento; un genuino y sofisticado latido cosmopolita. A Berlín no llegan las tendencias; más bien todo lo contrario: surgen y se exportan desde aquí al resto del mundo.